Lo peor de Ortega y Gasset, con alevosía

Decir que José Ortega y Gasset es un filósofo reconocido internacionalmente no es una exageración. Mucha gente que no lee español tiene conciencia de la existencia de Ortega, pero ignora por completo la obra de, por ejemplo, Valle-Inclán, García-Lorca o Bryce Echenique. Por ello, me sorprende lo mal que escribía Ortega.

Siempre es problemático referirse a los puntos más bajos de una carrera cualquiera, porque al fin lo que importa son los puntos más altos. Nadie leería Rinconete y Cortadillo si no fuera por El Quijote; a nadie le importa la contribución de Newton a la larga historia de la alquimia, etcétera. Pero lo de Ortega es curioso: frecuentemente, es alabado por escritos que son terribles.

Hace unos años empecé a compilar ejemplos, aunque luego me aburrí. La vida de uno no es eterna. Igualmente, es curioso que una persona con la cabeza bien puesta sobre los hombros, como Javier Pradera, encontrara estos fragmentos de Ortega dignos de alabanza (en el Babelia del 6 de Febrero de 1999):

“En la anchura del orbe, en medio de las razas innumerables, perdida entre el ayer ilimitado y el mañana sin fin, bajo la frialdad inmensa y cósmica del parpadeo astral, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa, ésta como proa del alma continental?”

¿Y qué hay de la contribución de Ortega a la meditación eterna sobre el problema catalán? Otra vez le citó Pradera, en el mismo ejemplar de Babelia:

 “Dios mío, ¿qué es Cataluña?”

Quién no se ha hecho la pregunta. Ortega para Jorge Luis Borges era un tablero de dardos gigante, donde uno nunca falla el tiro. En una número de Sur de Octubre de 1942, Borges dejó de preocuparse sobre la Segunda Guerra Mundial para mofarse de Ortega, citando este pensamiento tan profundo como una mesa de Ikea:

“La moralina es un explosivo intelectual tan potente al menos como su pariente, la dinamita”

Y esta descripción digna de letraherido drogado:

 “Al variar mínimamente la acomodación ocular, vemos la alberca habitada por todo un paisaje. El huerto se baña en ella: las manzanas nadan reflejadas en el líquido y la luna de prima noche pasea por el fondo su inspectora faz de buzo”

He de repetir que me parece injusto buscar lo peor de la obra de uno (si uno de pone a rebuscar en lo que yo he escrito durante los años, por puro masoquismo, se encontrarían horrores comparables, sin duda), así que volvamos a lo que la gente considera grandes éxitos de Ortega. En Babelia, de nuevo, 19 de Enero de 2002, alguien decide publicar extractos de los diarios de Ortega, de Enero de 1917:

 “El cielo esplendoroso, con una nitidez patética muy rara en América: un cielo nada indio, más bien clásico, mediterráneo, digno de extender su azul, radiante concavidad sobre escollos donde Ulises naufraga y donde Zeus desciende para saciar en las ninfas sus olímpicos arrebatos”

Y:

“En tanto la condesa acodada en la borda propende al absurdo: la luna real, redonda se levanta frente a mí y mi boca se abre en un cómico bostezo de aburrimiento, tan amplio que por poco se me entra la luna dentro como un bombón planetario”

Igual todo esto tiene que ver con la atracción que Ortega parece ejercer sobre la gente con cierta propensión a la verborrea. José Luis Molinuevo cayó en este pozo de atracción gravitatoria en 1997, y consiguió que Babelia le publicara estos pensamientos sobre la obra de Ortega el 25 de Enero de aquel año:

“Hay un momento, en su segundo viaje (1928), en que transmuta el paisaje del Guadarrama por el de la Pampa, y así cobra todo su sentido la frase: ‘Yo soy un argentino imaginario’. Es el paisaje de la ‘topografía argentina’, en el que la realidad nunca es neutra, pues siempre estamos colocados en lo que él llama una ‘tesitura'”.

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