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El tan honorable Josep Tarradellas (número dos de Companys), que vivió para volver a España y hacerse presidente de la Generalitat de 1977 a 1980 (lo que yo recuerdo como una noticia impactante en Barcelona: y tenía cuatro años: es la primera noticia que recuerdo haber oído) también queda mal en estos diarios. Corominas asegura que los peores matones del nacionalismo estaban bajo su mando. Luego habla en términos que me recuerdan mucho a esta época: cómo el nacionalismo catalán se empeña en aprobar leyes a sabienda de que son ilegales, esperando que algún alma cándida se las convalide, dándoles un doble premio: aprobar lo que ellos hicieron unilateralmente, y además demostrar que el marco legal español es una filfa que pueden saltarse cuando quieran. Se ve que esto es más viejo que el mear.
Aquí Azaña resume algunas de las enseñanzas sacadas de la ofensiva de Brunete, bien conocidas en la historiografía (como la desastrosa falta de mandos medios con experiencia e iniciativa en el ejército republicano) o no tanto (que Negrín pensaba que Miaja era un “chisgarabís”).
Azaña se sorprende de que los fachas no hayan dejado a Madrid sin agua (¿lo habría hecho él, de haber estado las cosas a la inversa?) y luego recibe al ufano Aguirre, siempre hablando de los problemas del País. Nota a los nacionalistas catalanes y vascos: hablar de “el país” sin especificar a cuál se refiere uno puede parecer una modernez muy guay, pero también es más viejo que el mear.
Sigue Aguirre, explicando que los criterios “mongólicos” de la extrema izquierda, le repugnan, ya que él es un buen cristiano.
Azaña ve un no sé qué “hebraico” en el nacionalismo vasco, su permanente búsqueda de la pureza higiénica y la separación. No está seguro de que Dios esté dispuesto a separar las aguas del Cantábrico sólo para ellos.
Navarra “ha sido desleal a la causa vasca”, explica Aguirre. Azaña está hasta aquí de las mil consejerías de Defensa de Cataluña y el ministerio de Marina de Burjasot, y no muy receptivo al mensaje del huido Aguirre. Prosiguen los despachos: “una de las gracias del Consejo de Aragón es haber reducido, con sus acertadas medidas, la producción en Utrillas a la décima parte de lo que solía ser”, refunfuña el presidente de la República.
Esta es la primera mención a Andreu Nin en los Diarios de Azaña: Negrín explica que su detención se debe a las pruebas inculpatorias en contra del POUM encontradas a agentes franquistas en Madrid.
Un momento lírico y paisajístico de Azaña, que me recuerda al envenenado retrato del político progresista de visita en la sierra madrileña que incluye Agustín de Foxá en su “Madrid, de Corte a Cheka”:
¡Hay que internacionalizar el conflicto! Azaña le sugiere al embajador de México que el fascismo puede saltar de España hasta allá; supongo que el embajador mantuvo cara de póker.
Continúan las patochadas de Aguirre, que esperaba ser recibido en Santander con honores de jefe de Estado, o al menos de Archiduque de Moldavia.
La “catalanidad ofendida” es una constante. La guerra se está perdiendo en todos los frentes, pero Companys no deja de quejarse hasta el último día. Azaña no puede con su “cinismo insufrible”.
Me llama la atención que Azaña raramente hable de soviéticos y de la URSS y sí mucho de Rusia y los rusos, como un franquista cualquiera. Mientras andan torturando y asesinando a los trotskistas, Companys explica que el asunto del POUM “se halla en manos del juez” y dedica su tiempo a arreglar el protocolo de una presunta visita suya a Valencia. Ahí es donde estalla Negrín, con quizás el más famoso fragmento de todos los Diarios, lanzándose contra nacionalistas catalanes y vascos: que yo sepa, es el único momento de la historia humana en que el jefe de uno de dos bandos enfrentados en guerra expresa su deseo de que gane el contrario.
Esta es la cita completa: “Aguirre no puede resistir que se hable de España. En Barcelona aceptan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca-agrega- lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga poderes, dinero y mas dinero”.
Azaña sigue en vena melancólica, reseñando el caso de un articulista catalán que ha pedido la prohibición de periódicos en castellano, el idioma del enemigo (y que ha sido enviado a la cárcel; la República de 1937 era mucho más radical en eso que la Democracia de 2019)
(Continúa)
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