“Alianza entre lo inhóspito y lo abrupto de las tierras cristianas y el refinamiento y la sensualidad del muelle Abd al-Rahman. La guerra no era un oficio grato y aséptico para el emir de Córdoba; sobre todo la guerra en las tierras habitadas por los politeístas (cristianos, en terminología musulmana, referida a su adoración de la Santísima Trinidad). El cuerpo sacudido de apetitos carnales. Noches de insomnio contemplando en la oscuridad los desnudos femeninos de sus perfumadas favoritas. Poluciones nocturnas. Mal caudillo para enfrentar a un hombre nacido en la casi desierta colina de Oviedo (Alfonso el Casto). Que había medrado en las quebradas tierras de vascos, cántabros, astures y gallegos y había reinado medio siglo sobre un pueblo de guerreros y en guerra casi permanente. Sin alarmas ante la acción del sol y el polvo en su rostro de soldado. Y a quien la fatiga de las duras jornadas liberaba de sueños lujuriosos.”
(Extraído de “Orígenes de la nación española”, de Claudio Sánchez Albornoz.)
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